Me escondo detrás de las letras,
que dibujan sus piruetas
en mi papel.
Soy su marioneta,
ellas me hacen y me deshacen
ellas me arman y me desarman,
son mi coartada
son mi esperanza.
Usted querrá saber,
porque no enfrento la realidad
con la cara al descubierto.
Seré cobarde
pero no moriré en el intento.
¡Quiéranme!
gritan mis aliadas,
desnudando mis locuras
bajo mil llaves guardadas.
¡No me lastimen!
susurran muy bajito
soy sólo un alma
que dirige su barquito
en este mar de desesperanza.
domingo, 23 de diciembre de 2012
viernes, 7 de diciembre de 2012
Apaga la luz.
En la oscuridad, los opuestos se
invierten. Los rincones conocidos y hogareños se transforman en lúgubres
escondites; los objetos pasan a ser sombras acechantes y los habituales sonidos
se convierten en misteriosos y atemorizantes.
Igual que nuestras pupilas
cambian al desaparecer la luz, nuestra mente modifica su método. La seguridad y
la tranquilidad de saber que estamos en nuestro hogar son reemplazadas por una
molesta incertidumbre, como si una vocecita maligna nos advirtiera al oído que
nada es lo que parece en el reino de las sombras.
La fría lógica que acompaña
nuestros días desaparece en nuestras noches. Los miedos más guardados se
desprenden de su óxido para volver a aterrorizarnos con bestias increíbles y
monstruos ficticios. Están ahí, debajo de la cama, acechando y esperando
nuestros descuidos para atraparnos.
Cerramos los ojos, intentando escapar
del delirio opaco y lóbrego de nuestras pesadillas nocturnas pero ya no somos
aquellos niños que podían disipar sus temores con sólo prender la lámpara de
noche. Hoy nuestros miedos, nuestros monstruos existen a la luz de sol y bajo
el brillo de la luna. Son pálidos y ásperos y se mueven como gusanos,
carcomiendo nuestras defensas y dándonos escalofríos.
Quizás por ser adultos debamos
jugar nuestros papeles de valientes. Sin embargo, todos somos niños cuando
apretamos el interruptor. Las sombras nos rodean, nos abrazan y no nos dejan
ir.
lunes, 3 de diciembre de 2012
Suiza
Vivir en una cornisa me enloquece.
Miro mis pies y están parados en la línea de mis valores, de mis ideales, de
mis sueños. Pero luego miro a mis costados y la resolución se desvanece. Voces
opuestas y radicales intentan convencerme de que levante un pie y dé un paso
hacia su lado, que, por supuesto, es el mejor de los dos.
Me animo a pisar un centímetro
fuera de mi zona neutra y una avalancha de ideas predeterminadas me inunda. Me
dicen qué pensar, qué hacer y qué decir. Se presentan como la cómoda verdad de
los que mandan y me dan la cálida bienvenida al lugar en que todos los pies
deben estar. Observo los zapatos que me acompañan y veo absoluto convencimiento
y devoción. ¿Cómo fue qué tardé tanto en pisar en este suelo? Parece sólido y
resistente, no hay nada que temer.
Mis compañeros de terreno me dan
besos de alegría y palmadas de satisfacción:
-Nos entristecía verte sola,
sobre la medianera.
Sin que pueda evitarlo, comienzo
a sentirme cómoda y segura con mi nuevo sostén. Todos parecen felices y libres.
No hay necesidad de caminar demasiado.
Sin embargo, mis pies comienzan a
sentirse pesados y lentamente, voy dándome cuenta que cada día se me hace más
arduo moverlos y que permanezco más tiempo sentada en mi sillón. Consumida por
las dudas, observo que los zapatos de todos están hechos de algodón, para
prevenir que alguien pise demasiado fuerte.
Espantada, corro hacia mi
olvidada línea media, esforzándome por contrarrestar el peso muerto de mis
pies. Una masa de pesados pasos me persigue, intentando convencerme que no debo
volver. En mi desesperada carrera, tropiezo con algo parecido a una mentira y
caigo de rodillas al piso. El suelo comienza a resquebrajarse, desvaneciéndose
como un hielo delgado y quebradizo.
Apuro los metros que me separan
de mi cornisa y recibo la solidez del terreno con lágrimas en los ojos. Me doy
vuelta y veo caer a todos los que habían sido mis colegas de pensamiento,
gritando por una idea que los sostenga.
-Quizás estar sola no sea tan
malo -me digo, agradeciendo que mi tierra sigue en pie-. Al menos tengo dónde
sentarme.
lunes, 19 de noviembre de 2012
Querernos
Quererte. Desaparecer. Huir. Desdibujarme.
Desaparecer, huir y desdibujarme queriéndote. ¿No entendés lo que significa este amor? Perdernos y sólo encontrarnos en el otro, en el instante, en el beso. Escapar de lo imposible, de lo implacable. Rozar tu mano y que el mundo gire rápidamente hasta convertirse en un borrón. Sí, un borrón molesto, que nos dice que está mal, que no debemos querernos de esta forma.
Pero yo te digo que huyamos juntos.
viernes, 18 de mayo de 2012
Puente al Infinito. Capítulo 2, adelanto.
Caminamos por al menos diez
minutos hasta llegar a un viejo edificio de ladrillos rojos, con varios pisos
de altura. Encima de la gran puerta de hierro negra había un cartel que rezaba
“Biblioteca El Portal” y al pie de la entrada descansaba una pequeña alfombra
raída que me daba la bienvenida.
Con una sonrisa resplandeciente,
entré al lugar detrás de Albano. Me encontré con una enorme sala, con sus
cuatros paredes tapizadas de miles de estantes llenos de libros. En el centro,
había un enorme escritorio circular, en el cual había una chica sentada frente
a una computadora. A cada lado de éste, había varias mesas con sillas y en la
parte posterior del lugar había un enorme sillón de color negro.
-Bueno, bueno- murmuró alguien a
nuestras espaldas.
Me di vuelta para encontrarme con
un joven alto y espigado, portador de una tímida sonrisa y de un par de ojos
color café que brillaban de forma inusual.
-Ya era de que aparecieras por
aquí, ¿no lo crees, querido Al?- dijo, ensanchando la sonrisa. Dirigió sus ojos
hacía mí y me tendió su mano para que la estrechara-. Orión Saen, a su servicio,
señorita…
-Dana. Dana Busch- respondí, con
un suave apretón de manos.
-Bienvenida, Dana. Un placer
contar con su presencia.
El muchacho hizo una pronunciada
reverencia y no pude evitar que una carcajada brotara de mis labios.
-He de decir que usted es dueña
de una risa encantadora, señorita Busch.
-Vamos, Orión. La señorita tiene
que descansar y tú tienes tareas por hacer- lo reprendió Albano, con una mirada
entre severa y divertida.
El joven esbozó una sonrisa a
modo de disculpa y desapareció detrás de una puerta negra que había a nuestra
derecha.
-Bien, ahora te llevaré al que
será tu nuevo dormitorio… si es que deseas quedarte.
-¿Lo dices en serio? Este lugar
es fantástico- exclamé, sin poder contenerme.
-Bueno, genial entonces. Ven
conmigo.
Me condujo por el centro de la
sala hasta llegar a una doble puerta de madera oscura que daba a un iluminado
rellano del cual nacía una interminable escalera de caracol y comenzó a subir
por ella, con lentitud.
-Eres afortunada. El cuarto de
invitados da al parque que se encuentra detrás del edificio y por las mañanas
tendrás una maravillosa vista- comentó, como de pasada-. El sol te despertará.
-Prefiero eso al ruidoso
despertador que usaba en mi casa.
Él rió y se detuvo frente a una
puerta de color rojo.
-Aquí es. En el armario
encontrarás sábanas y frazadas para tu cama.
-Gracias- susurré, con la
sinceridad brillándome en los ojos-. No tienes idea de lo que esto significa
para mí.
-Sí la tengo, querida. Sí la
tengo- fue su misteriosa respuesta y siguió subiendo hasta desaparecer.
Entré a la habitación y el
asombro me dominó por completo. Mi nuevo dormitorio era amplio, iluminado por
la luz que se filtraba por el ventanal que Albano había mencionado y que estaba
semi oculto detrás de unas vaporosas cortinas de color celeste. El piso de
reluciente madera albergaba una cama enorme, una mesita de luz y sobre la pared
opuesta a la del inmenso armario de color oscuro, una inmensa biblioteca me
daba la bienvenida.
Sin poner contenerme, corrí hacia
ella y comencé a examinar los antiguos ejemplares que poblaban sus estantes.
Los títulos eran tan prometedores que, inconscientemente, fui eligiendo
aquellos que me atraían y rápidamente formé una pila sobre la cama.
Estaba decidiéndome entre dos
libros, cuando un pequeño sobre rojo se deslizó de entre las páginas de uno de
ellos. Lo tomé del suelo y mi corazón se detuvo por un instante: tenía el mismo
sello que la carta que aquel aterrador hombre le había dejado a mi padre.
Me senté en la cama, con el pulso
enloquecido y, por un instante, tuve el deseo de arrojar aquella carta por la
ventana. Tenía muy presente el brillo maligno de aquellos ojos y todavía
resonaban en mis oídos sus palabras. <<
Te aseguro que sabré si has leído la carta, niña>>
Leer el contenido de la misiva
podía ser la decisión más peligrosa que había tomado nunca pero también
significaba conocer esa verdad de la que
me había estado escondiendo durante años. Tenía a mi alcance las respuestas a
todos esos interrogantes que habían poblado mi vida pero, ¿tendría el valor de
hacerlo?
martes, 20 de marzo de 2012
Puente al Infinito. Final del Capítulo 1
Sin decir más, desapareció,
dejándome aterrada y paralizada. Cerré la puerta y decidí que iba a darle la
carta a mi padre en ese instante y olvidarme del asunto.
Lo cierto es que nunca pude
olvidarme de aquel encuentro, y mi padre tampoco. Sabía que cuando depositara
aquella esquela en sus manos, vería el primer cambio en él en mucho tiempo. Y
no me equivocaba.
-Papá, han dejado esto para ti-
susurré, dejando la carta sobre el apoyabrazos de su sillón.
Él me ignoró por un instante y
finalmente tomó el sobre. Lo observó por un momento, desganado y como si no le
importara, hasta que descubrió aquel extraño símbolo rojo. De repente, se tornó
pálido como una hoja de papel y por un segundo creí que iba a ahogarse por la
forma en que se esforzaba por inhalar.
-¿Papá, estás bien?- pregunté,
aunque ya conocía la respuesta.
Se puso de pie bruscamente y me
tomó por los hombros con fuerza.
-No quiero que le menciones esto
a nadie. Ni la carta, ni el hombre que te la dio ni esta conversación- me
ordenó con una autoridad y seriedad que hacía tiempo no escuchaba en su voz.
-Te lo prometo- dije, casi al
borde del llanto.
-Bien- murmuró y huyó para su
dormitorio.
Yo permanecí allí, paralizada y
así me encontró mi madre cuando regresó.
-¿Qué te ha pasado, hija?- quiso
saber, con la preocupación en el rostro.
-Nada- mentí-. Sólo estoy algo
cansada.
-Pues ve a tu cuarto a descansar,
yo te llamaré cuando la cena esté lista.
No dudé y escapé a la seguridad
de mi dormitorio. Apenas cerré la puerta, un torrente de lágrimas brotó de mis
ojos, sin que pudiera contenerlo. Luego de desahogarme por un largo rato, me
prometí a mí misma que jamás volvería a pensar en nada de aquello, que actuaría
como si nunca hubiera abierto la puerta y que seguiría mi vida, para dejar
atrás aquel infierno que era mi familia.
Los años pasaron y yo crecí
rodeada de mentiras, engaños y sentimientos fingidos. Mis padres se
convirtieron en unas sombras que formaban parte de mi vida de forma ocasional y
yo aprendí a valerme por mí misma. Estudiaba con ahínco, desesperada por
encontrar una oportunidad de irme lejos y hallar un lugar que realmente pudiera
considerar un hogar.
Mi único refugio fue la biblioteca
de mi colegio. Allí conocí a mi único verdadero amigo: Frank. Él fue quien me permitió
esconderme entre las miles de páginas de los libros que llenaban los estantes
de su querido santuario y quien me alentó para que escribiera mis propios
textos.
A veces me parecía que los
momentos que pasaba con él hablando de las novelas que había leído, mientras
tomábamos té eran los únicos que valían la pena. Quizás creas que tuvimos un
romance pero lo cierto es que Frank se convirtió en una suerte de padre y
hermano para mí.
Aunque tarde tiempo en
sincerarme, le confié mis secretos, mis penas y, sobre todo, mis más profundos
anhelos. Él es el único que realmente conoce a la verdadera Dana, que se
esconde detrás de una fachada de una muchacha callada, estudiosa y responsable.
-¿Y quién se esconde detrás de la
máscara?- me preguntó, interrumpiéndome por primera vez.
-Una soñadora- le respondí, sin
siquiera detenerme a considerar que le estaba mostrando mi alma a un
desconocido-. Alguien que todavía cree que el mundo se puede cambiar, que aún
hay mucho por hacer.
-Pues, creo que somos dos,
querida. Tengo 60 años y aún no he perdido la esperanza.
La regalé la sonrisa más sincera
y brillante que había esbozado en años. Aquellas eran las primeras palabras de
aliento y empatía que había escuchado en mucho tiempo y actuaron como un
bálsamo para mis heridas.
-Me haces acordar a Frank- le
dije, aún sonriente-. Él nunca pierde la fe, siempre le encuentra el lado bueno
a las desgracias.
-Es eso o volverse loco, ¿no lo
crees?- me contestó, levantando los hombros.
La moza llegó con nuestro pedido
y por un rato largo, el silencio reinó entre nosotros. Cuando terminamos, sentí
que la curiosidad me embargaba y rebusqué en mi cabeza la forma de seguir la
conversación.
Albano, casi como si pudiera
leerme la mente, murmuró:
-Ahora me toca, ¿verdad?
Sonreí con timidez, avergonzada.
-Es lo justo. Tú me has contado
tu mayor secreto, sin siquiera conocerme- me aseguró-. Voy a contarte quién
soy, pero primero quiero que me acompañes a un lugar que creo que te gustará,
por lo que me has contado.
-Déjame adivinar… ¿una
biblioteca?
Ambos reímos, como si nos
conociéramos de toda la vida.
-Has acertado. Allí podrás
quedarte y sentirte cómoda, rodeada de libros.
Volví a sonreír. En ese rato que
habíamos pasado juntos había portado más sonrisas que en toda mi vida. Pagamos
la cuenta y luego salimos al frío exterior. Me enfundé la capucha y seguí a
aquel hombre, sin siquiera saber que mi vida estaba a punto de cambiar.
martes, 13 de marzo de 2012
Puente al Infinito. Capítulo 1, parte 3
-Es una historia larga, enredada
y tienen muchos espacios en blanco- le advertí, antes de empezar.
-Así son todas las historias de
vida, Dana. Si contar las vivencias de una persona se convierte en tarea fácil,
indican que nunca probaron el verdadero sabor de vivir. La vida se basa en
enredar nuestros destinos entre sí. Así que, continúa.
-Bien. Creo que debería empezar
por dónde comenzó todo: el casamiento de mis padres. Mi padre era un soldado
del ejército. Tuvo la suerte por mucho tiempo de que no hubiera guerras en
nuestro país y su trabajo consistía básicamente en educar a los nuevos
reclutas.
Mi madre era doctora en el
cuartel. Consiguió ese trabajo siendo muy joven, por sus altas calificaciones y
rápidamente se hizo conocida por su buena predisposición y sus extensos
conocimientos de medicina.
A pesar de vivir en el mismo
lugar, los caminos de mis padres no se cruzaron hasta el día en que hubo un
bombardeo que destruyó parte de la escuela militar y por el cual, mi padre
resultó herido de gravedad.
Ángela, mi madre, cuidó de él con
abnegación hasta que finalmente se recuperó. Tuvieron un breve romance de 5
meses y finalmente se casaron. Un año después nací yo.
Durante los primeros años, éramos
muy unidos. Mi padre seguía trabajando en la escuela militar y mi madre
consiguió un trabajo en un hospital cercano a donde vivíamos. Pasábamos tardes
enteras contándonos historias maravillosas, de duendes, hadas, ogros y magos.
Mi amor por la lectura nació apenas pude leer y mis padres me alentaban a
devorar los volúmenes que teníamos en la biblioteca.
Todo era perfecto, hasta el día
en que mi padre fue despedido. Nunca supe la causa real pero suponía que había
sido reemplazado por alguien más joven. Desde ese día, nuestra familia se fue
desmoronando.
Mi padre se sumergió en una
depresión de la que nunca salió. Él pasó de ser una persona amable, equilibrada
y llena de alegría a convertirse en una sombra que no mostraba emoción alguna y
que parecía totalmente desconectada de todo, excepto su propio sufrimiento.
Mi pobre madre tuvo que hacerse
cargo de mantenernos a los tres y pronto comenzó a volverse irritable, nerviosa
y frenética. Trabajo todo el día y yo casi nunca la veía, por lo que estaba
obligada a compartir mis tardes con ese ser taciturno y melancólico que ahora
era mi predecesor.
Creía que la situación no podía
empeorar pero aún nos faltaba mucho para tocar el suelo.
Una mañana en la que falté al
colegio, un hombre tocó a nuestra puerta. Como mi madre no estaba y mi padre no
iba a hacer nada, decidí atenderlo yo.
Vestía de negro de pies a cabeza
y su cabello era de un furioso color escarlata. Pero eso no era lo más
llamativo de aquel personaje. Había algo en sus duros ojos azabaches que
provocó en mí el mayor miedo que sentí nunca. Un escalofrío me recorrió entera
cuando comprendí que la presencia de aquel extraño sólo podía significar que
más malas noticias estaban en camino.
-¿Eres Dana Busch, la hija de Álvaro
Busch?- quiso saber, clavándome su mirada de hielo.
-Sí, soy yo- respondí,
aterrorizada.
-Vine a dejarle esta carta a tu
padre- me informó y me entregó un sobre negro con un gran emblema en rojo- No
debes abrirlo. Sólo él puede conocer su contenido.
Asentí, con la desesperación
trepándome por la garganta al ver que mis sospechas eran ciertas.
-Te aseguro que sabré si has
leído la carta, niña- me amenazó. Sus pupilas se encendieron por un instante y
pude ver el mismísimo fuego del infierno en sus ojos.
sábado, 10 de marzo de 2012
Puente al Infinito. Capítulo 1, parte 2
Salí al corredor y me dirigí a la
puerta de entrada, sin más preámbulos. Iba caminando con pasos seguros,
decidida a irme pero deseando internamente que alguien me detuviera, que me
dijera que aquello era una locura y que ese era mi hogar. Apoyé mi mano sobre
el picaporte y permanecí inmóvil, intentando escuchar a mis padres que aún
estaban en el comedor.
El silencio era absoluto. Nadie
vendría a interrumpirme ni abrazarme ni consolarme. Nadie en esa casa me
extrañaría, nadie sentiría mi falta porque sencillamente nunca había formado
parte de esa familia.
Con esos lúgubres pensamientos en
la mente, me zambullí en el helado aire invernal de la calle. El sol de
mediodía brillaba sobre mi cabeza pero su fulgor no alcanzaba para paliar el
frío viento que atravesaba mi campera de abrigo como una cuchillada.
Apresuré el paso y me dirigí a la
avenida principal. Luego de caminar unas cuadras, me encontré calada hasta los
huesos y decidí que era mejor buscar resguardo. Me detuve frente a un bar que
parecía acogedor y sin pensarlo dos veces, entré.
Agradecida por el calor que
reinaba en el local, busqué la mesa más alejada de la puerta y me senté.
Observé a las personas a mi alrededor y ninguna llamó particularmente mi atención.
Todos parecían personas que estaban esperando que fuera la hora de entrar de
nuevo al trabajo, personales normales con vidas normales e historias normales.
Todos parecían formar parte de
ese cuadro mundano y apagado, excepto un anciano que estaba sentado en la
esquina opuesta a mi mesa. Traía un abrigo hecho de pequeños retazos de telas
de diferentes colores, a pesar de lo sofocante del ambiente y parecía inmerso
por completo en la lectura de un pequeño libro de tapas azules y desgastadas.
Su rostro estaba semioculto y sus cabellos entrecanos tapaban las letras
doradas y borroneadas del título.
Había algo en ese sujeto que
despertaba una profunda curiosidad y decidí que me le acercaría, para al menos
intercambiar un par de palabras.
Me levanté, llena de ansiedad y
acorté la distancia entre nosotros, exprimiéndome el cerebro para encontrar una
frase adecuada para iniciar una conversación. Finalmente, me encontré frente al
hombre, con la mente en blanco y sin poder decir nada más que:
-Me gusta su abrigo.
El viejo levantó la mirada y me
encontré con unos ojos verdes extremadamente amables. Sus labios se curvaron en
una cálida sonrisa y pude distinguir una pequeña cicatriz justo debajo de su
nariz.
-Gracias- murmuró, invitándome a
sentarme junto a él- Fue regalo de una amiga muy querida.
-¿Puedo preguntarle por el libro
qué está leyendo?
-Creo que de hecho ya me estás
preguntando, querida- dijo, soltando una breve carcajada- Este libro es mi
único compañero en estos días de clima hostil, y no me refiero sólo al frío.
-Oh, no se preocupe. Entiendo de
qué habla.
-¿Has huido de tu casa, verdad?
Asentí, sorprendida. Aquel
anciano realmente me agradaba. Había algo en su manera de hablar que me
reconfortaba.
-Se te nota en tu rostro que no
tienes a dónde ir- explicó, al ver mi expresión- He pasado por eso, mi niña.
Pero puedo asegurarte que si lo has hecho para liberarte de alguna prisión, sea
cual fuere, has tomado la mejor decisión de tu vida.
Lo miré, incapaz de contestarle.
La ternura en la voz de aquel hombre derribó todas mis barreras y no pude
contener mi angustia por un segundo más. Amargas lágrimas comenzaron a rodar
por mis mejillas y él tomó mi mano, en señal de apoyo.
-Llora tranquila, querida. Purgar
las penas con un llanto ayuda a seguir.
Me desahogué como nunca antes y,
al cabo de unos minutos, me sentí librada de un gran peso. Esbocé una sonrisa
compungida y me enjugué las lágrimas con el dorso de mi mano.
-¿Estás mejor, no es cierto?
-Sí, mucho mejor.
-Bueno, me alegra escuchar eso-
dijo, devolviéndome la sonrisa- Por cierto, no nos hemos presentado. Mi nombre
es Albano.
-Yo soy Dana.
-Encantado de conocerte, Dana-
comentó, teniéndome la mano para que la estrechara- ¿Te gustaría una taza de
té? No he desayunado como corresponde esta mañana.
-Yo no he almorzado- confesé.
-¡Oh, no! Eso no puede seguir
así- dijo y llamó a la camarera con un gesto.
-¿En qué puedo servirles?-
preguntó la joven, al acercarse.
-Traiga dos menús del día, por
favor.
-En seguida.
-Mientras esperamos… ¿no te
gustaría contarme cómo llegaste aquí?- sugirió, mirándome fijamente.
Inspiré hondo y me dispuse a
contarle mi historia a aquel hombre misterioso.
lunes, 5 de marzo de 2012
Puente al Infinito. Capítulo 1, parte 1.
-Estoy cansada de que siempre
suceda lo mismo.
Cerré los ojos y di un largo
suspiro. La tregua había durado demasiado esta vez, tanto que ya había creído
que todo se había arreglado por fin.
Pero estaba equivocada.
-Yo me esfuerzo por salir de este
hoyo en el que estamos metidos y vos lo único que hacés es quedarte sentado en
tu cómodo sillón viendo programas inútiles en la televisión.
Miré a mi padre, temerosa de que
estallara como había hecho otras veces pero sólo encontré calma y resignación
en su rostro.
-Yo limpio, cocino y trabajo.
¿Vos qué hacés? NADA. A veces creo que soy la única que impide que esta familia
se derrumbe. Es agotador ver como nadie valora lo que hago y encima tengo que
soportar tus malos tratos y tu fría indiferencia. Un día me voy a ir y te vas a
quedar solo.
-Andate- murmuró mi padre, sin
apartar la vista de su plato.
Mi madre se paralizó y vi como la
furia pasaba por su mirada, la cual finalmente se inundó de lágrimas.
-Sos un desagradecido. Podrías al
menos preocuparte por tu hija- le espetó, señalándome.
-Yo no quiero que nadie se
preocupe por mí- solté, incapaz de contenerme un segundo más.
Ambos me miraron, perplejos, como
si nunca me hubieran observado en realidad.
-Me voy. Que sus peleas los
acompañen.
Me levanté bruscamente y corrí a
mi dormitorio, antes de darles tiempo de reaccionar. Tomé el bolso que ya tenía
preparado de debajo de la cama, el dinero que guardaba bajo el colchón y mi
campera favorita del armario.
Inspiré hondo, sin creer que
estaba por tomar la decisión que había estado postergando desde hacía meses.
Sabía que luego de que cruzara la puerta de entrada de mi casa, no habría
vuelta atrás y que me esperarían momentos difíciles.
Pero, ¿no eran estos momentos
difíciles ya? No dejaba nada atrás, excepto dolor y rabia contenidos y sabía
que si me animaba a hacerlo, obtendría la libertad que había deseado por tanto
tiempo, ese anhelo que había inundando mis pensamientos y dominado mis sueños
durante tantos días y tantas noches.
Recorrí mi dormitorio con la
mirada y no pude evitar que lágrimas de tristeza rodaran por mis mejillas. Me
engañaba a mí misma si creía que todo sería igual. Estaba dejando una vida y
miles de recuerdos atrás.
Me senté en mi cama, y mis ojos
se posaron, inevitablemente, en unas palabras escritas en la pared.
“Be free to yourself”
La nostalgia me abrumó y me vi
transportada a aquella tarde en la que escribí aquella frase, rodeada por los
brazos de quien consideré el amor de mi vida.
-Espero que ahora no lo olvidés
nunca- susurró en mi oído- La felicidad sólo se alcanza siendo fiel a nosotros
mismos.
Sacudí mi cabeza para volver al
presente y descubrí que estaba llorando a mares. Me puse de pie y reuní toda la
valentía que me quedaba para afrontar la prueba que tenía frente a mí.
Brand New Start
¡Bienvenidos!
Con esta entrada doy comienzo a mi nuevo blog Write Down My Heart en el cual pienso volcar mis intentos literarios. Me decidí a seguir el ejemplo de dos amigos que también toman la pluma y empezar una blognovela, con el anhelo de darle continuidad a esta nueva idea y que no sea otro intento fallido que queda en el tintero.
Con respecto a la regularidad con la que voy a subir, puedo decirles que voy a intentar escribir una entrada cada dos semanas como mínimo para motivarme a seguir. Si logro escribir más de eso, lo subiré.
Desde ya, espero que encuentren de su agrado este humilde proyecto y sus comentarios son más que bienvenidos.
Saludos, nos leemos.
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