La superficie cristalina del lago
le devolvía la imagen de su rostro joven, de suaves facciones y firme
resolución. Sus ojos azules se reflejaban en el agua con un tono opaco y
borroso, ocultando el habitual brillo que los adornaba cuando una amable
sonrisa se dibujaba en sus labios.
Aquel día su boca estaba muy
lejos de sonreír. Una duda se había prendido de su mente y con el ardor del
fuego se había marcado en su mirada, desde que su reflejo había dejado de
obedecerla.
Hacía sólo unos instantes, aquel
rostro que había creído suyo había dejado de serlo.
La prueba había sido ínfima,
sutil pero había sido suficiente. Un parpadeo fuera de lugar había desatado
aquel torbellino de interrogantes dentro de ella.
¿Quién era aquella que por tantos
años, con paciencia y detenimiento, había imitado todos y cada uno de sus
movimientos? ¿Por qué había decidido revelarse justo ahora?
Había permanecido horas
contemplándose a sí misma, buscando encontrar a la Imitadora (así había
decidido llamarla) nuevamente en falta pero todo había sido en vano. Ella había
vuelto a su trabajo con total precisión.
Sentada al borde del agua,
intentaba encontrar respuestas a aquel absurdo. Era evidente que algún secreto
se escondía detrás de aquel reflejo rebelde. ¿Era acaso que existía un mundo
paralelo, exactamente igual al de ella pero al sentido inverso? Levantó su mano
derecha, sabiendo que la Impostora levantaría la izquierda. ¿Serían también
opuestas las reglas, los valores, la forma de escribir?
Quizás aquel mundo fuera un mundo
feliz, sin dolor y sin sufrimiento. Se preguntó si la Impostora, aquella otra
ella, sería feliz. Ella se sentía feliz, a pesar de sus interminables vacilaciones
y una inmensa piedad la embargó por la desdicha en la que la Otra (otro
sobrenombre que le había elegido) debía verse sumergida.
La atracción que la superficie
espejada del lago ejercía en ella era tal que sintió deseos de sumergirse.
Quería cruzar aquel portal, acortar la brecha y rodear con sus brazos a aquella
versión de ella, consolarla de su triste destino de imitadora eterna. Le
contaría que existía otro mundo en el que todos eran libres de elegir qué hacer
sin tener que copiar los movimientos de otros.
Aquella idea la embriagó por
completo y se dejó caer, sin pensarlo.
Cayó y cayó por un túnel de aguas
profundas. Fuertes remolinos la empujaban, acercándola al fondo del lago y de
sus dudas. El agua se infiltraba en sus pulmones, pero misteriosamente seguía
respirando. Confiada, se dejó llevar por la corriente…
Cuando abrió los ojos, nada había
cambiado. Se encontraba junto a su lago, con los rayos del sol acariciando su
rostro. Por un instante se sintió segura de que todo había sido un sueño. Se
levantó, decidida a volver a su hogar.
Entonces notó que el sauce que normalmente
se erguía junto al lago, del lado izquierdo, no estaba. Aquel detalle fue la
pieza que faltaba en su rompecabezas.
Sin dudarlo, se agachó junto al
borde y no vio nada excepto el brillo del sol sobre el agua. En aquel instante,
un grito atravesó el aire como una flecha.
Levantó su mirada con lentitud,
sabiendo que se encontraría con la Verdadera, la Original, sabiendo que ella
era una copia, una imitación. Sabiendo que ella era su reflejo en el espejo.