Vivir en una cornisa me enloquece.
Miro mis pies y están parados en la línea de mis valores, de mis ideales, de
mis sueños. Pero luego miro a mis costados y la resolución se desvanece. Voces
opuestas y radicales intentan convencerme de que levante un pie y dé un paso
hacia su lado, que, por supuesto, es el mejor de los dos.
Me animo a pisar un centímetro
fuera de mi zona neutra y una avalancha de ideas predeterminadas me inunda. Me
dicen qué pensar, qué hacer y qué decir. Se presentan como la cómoda verdad de
los que mandan y me dan la cálida bienvenida al lugar en que todos los pies
deben estar. Observo los zapatos que me acompañan y veo absoluto convencimiento
y devoción. ¿Cómo fue qué tardé tanto en pisar en este suelo? Parece sólido y
resistente, no hay nada que temer.
Mis compañeros de terreno me dan
besos de alegría y palmadas de satisfacción:
-Nos entristecía verte sola,
sobre la medianera.
Sin que pueda evitarlo, comienzo
a sentirme cómoda y segura con mi nuevo sostén. Todos parecen felices y libres.
No hay necesidad de caminar demasiado.
Sin embargo, mis pies comienzan a
sentirse pesados y lentamente, voy dándome cuenta que cada día se me hace más
arduo moverlos y que permanezco más tiempo sentada en mi sillón. Consumida por
las dudas, observo que los zapatos de todos están hechos de algodón, para
prevenir que alguien pise demasiado fuerte.
Espantada, corro hacia mi
olvidada línea media, esforzándome por contrarrestar el peso muerto de mis
pies. Una masa de pesados pasos me persigue, intentando convencerme que no debo
volver. En mi desesperada carrera, tropiezo con algo parecido a una mentira y
caigo de rodillas al piso. El suelo comienza a resquebrajarse, desvaneciéndose
como un hielo delgado y quebradizo.
Apuro los metros que me separan
de mi cornisa y recibo la solidez del terreno con lágrimas en los ojos. Me doy
vuelta y veo caer a todos los que habían sido mis colegas de pensamiento,
gritando por una idea que los sostenga.
-Quizás estar sola no sea tan
malo -me digo, agradeciendo que mi tierra sigue en pie-. Al menos tengo dónde
sentarme.
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