-Es una historia larga, enredada
y tienen muchos espacios en blanco- le advertí, antes de empezar.
-Así son todas las historias de
vida, Dana. Si contar las vivencias de una persona se convierte en tarea fácil,
indican que nunca probaron el verdadero sabor de vivir. La vida se basa en
enredar nuestros destinos entre sí. Así que, continúa.
-Bien. Creo que debería empezar
por dónde comenzó todo: el casamiento de mis padres. Mi padre era un soldado
del ejército. Tuvo la suerte por mucho tiempo de que no hubiera guerras en
nuestro país y su trabajo consistía básicamente en educar a los nuevos
reclutas.
Mi madre era doctora en el
cuartel. Consiguió ese trabajo siendo muy joven, por sus altas calificaciones y
rápidamente se hizo conocida por su buena predisposición y sus extensos
conocimientos de medicina.
A pesar de vivir en el mismo
lugar, los caminos de mis padres no se cruzaron hasta el día en que hubo un
bombardeo que destruyó parte de la escuela militar y por el cual, mi padre
resultó herido de gravedad.
Ángela, mi madre, cuidó de él con
abnegación hasta que finalmente se recuperó. Tuvieron un breve romance de 5
meses y finalmente se casaron. Un año después nací yo.
Durante los primeros años, éramos
muy unidos. Mi padre seguía trabajando en la escuela militar y mi madre
consiguió un trabajo en un hospital cercano a donde vivíamos. Pasábamos tardes
enteras contándonos historias maravillosas, de duendes, hadas, ogros y magos.
Mi amor por la lectura nació apenas pude leer y mis padres me alentaban a
devorar los volúmenes que teníamos en la biblioteca.
Todo era perfecto, hasta el día
en que mi padre fue despedido. Nunca supe la causa real pero suponía que había
sido reemplazado por alguien más joven. Desde ese día, nuestra familia se fue
desmoronando.
Mi padre se sumergió en una
depresión de la que nunca salió. Él pasó de ser una persona amable, equilibrada
y llena de alegría a convertirse en una sombra que no mostraba emoción alguna y
que parecía totalmente desconectada de todo, excepto su propio sufrimiento.
Mi pobre madre tuvo que hacerse
cargo de mantenernos a los tres y pronto comenzó a volverse irritable, nerviosa
y frenética. Trabajo todo el día y yo casi nunca la veía, por lo que estaba
obligada a compartir mis tardes con ese ser taciturno y melancólico que ahora
era mi predecesor.
Creía que la situación no podía
empeorar pero aún nos faltaba mucho para tocar el suelo.
Una mañana en la que falté al
colegio, un hombre tocó a nuestra puerta. Como mi madre no estaba y mi padre no
iba a hacer nada, decidí atenderlo yo.
Vestía de negro de pies a cabeza
y su cabello era de un furioso color escarlata. Pero eso no era lo más
llamativo de aquel personaje. Había algo en sus duros ojos azabaches que
provocó en mí el mayor miedo que sentí nunca. Un escalofrío me recorrió entera
cuando comprendí que la presencia de aquel extraño sólo podía significar que
más malas noticias estaban en camino.
-¿Eres Dana Busch, la hija de Álvaro
Busch?- quiso saber, clavándome su mirada de hielo.
-Sí, soy yo- respondí,
aterrorizada.
-Vine a dejarle esta carta a tu
padre- me informó y me entregó un sobre negro con un gran emblema en rojo- No
debes abrirlo. Sólo él puede conocer su contenido.
Asentí, con la desesperación
trepándome por la garganta al ver que mis sospechas eran ciertas.
-Te aseguro que sabré si has
leído la carta, niña- me amenazó. Sus pupilas se encendieron por un instante y
pude ver el mismísimo fuego del infierno en sus ojos.
Me entró la curiosidad. ¿Quién era ese hombre? Seguí escribiendo así lo averiguo ,)
ResponderEliminar¡Hola! ¿cómo estás? Y uhh, yo tambien quede intrigada.
ResponderEliminar¿Quién era ese hombre?
Me gusta mucho tu forma de narrar, tienes talento *-*, no me cuesta visualizar la historia, y las voces también puedo distinguirlas sin problemas.
Te sigo leyendo ^^.
Cuídate mucho! y adiós.