Sin decir más, desapareció,
dejándome aterrada y paralizada. Cerré la puerta y decidí que iba a darle la
carta a mi padre en ese instante y olvidarme del asunto.
Lo cierto es que nunca pude
olvidarme de aquel encuentro, y mi padre tampoco. Sabía que cuando depositara
aquella esquela en sus manos, vería el primer cambio en él en mucho tiempo. Y
no me equivocaba.
-Papá, han dejado esto para ti-
susurré, dejando la carta sobre el apoyabrazos de su sillón.
Él me ignoró por un instante y
finalmente tomó el sobre. Lo observó por un momento, desganado y como si no le
importara, hasta que descubrió aquel extraño símbolo rojo. De repente, se tornó
pálido como una hoja de papel y por un segundo creí que iba a ahogarse por la
forma en que se esforzaba por inhalar.
-¿Papá, estás bien?- pregunté,
aunque ya conocía la respuesta.
Se puso de pie bruscamente y me
tomó por los hombros con fuerza.
-No quiero que le menciones esto
a nadie. Ni la carta, ni el hombre que te la dio ni esta conversación- me
ordenó con una autoridad y seriedad que hacía tiempo no escuchaba en su voz.
-Te lo prometo- dije, casi al
borde del llanto.
-Bien- murmuró y huyó para su
dormitorio.
Yo permanecí allí, paralizada y
así me encontró mi madre cuando regresó.
-¿Qué te ha pasado, hija?- quiso
saber, con la preocupación en el rostro.
-Nada- mentí-. Sólo estoy algo
cansada.
-Pues ve a tu cuarto a descansar,
yo te llamaré cuando la cena esté lista.
No dudé y escapé a la seguridad
de mi dormitorio. Apenas cerré la puerta, un torrente de lágrimas brotó de mis
ojos, sin que pudiera contenerlo. Luego de desahogarme por un largo rato, me
prometí a mí misma que jamás volvería a pensar en nada de aquello, que actuaría
como si nunca hubiera abierto la puerta y que seguiría mi vida, para dejar
atrás aquel infierno que era mi familia.
Los años pasaron y yo crecí
rodeada de mentiras, engaños y sentimientos fingidos. Mis padres se
convirtieron en unas sombras que formaban parte de mi vida de forma ocasional y
yo aprendí a valerme por mí misma. Estudiaba con ahínco, desesperada por
encontrar una oportunidad de irme lejos y hallar un lugar que realmente pudiera
considerar un hogar.
Mi único refugio fue la biblioteca
de mi colegio. Allí conocí a mi único verdadero amigo: Frank. Él fue quien me permitió
esconderme entre las miles de páginas de los libros que llenaban los estantes
de su querido santuario y quien me alentó para que escribiera mis propios
textos.
A veces me parecía que los
momentos que pasaba con él hablando de las novelas que había leído, mientras
tomábamos té eran los únicos que valían la pena. Quizás creas que tuvimos un
romance pero lo cierto es que Frank se convirtió en una suerte de padre y
hermano para mí.
Aunque tarde tiempo en
sincerarme, le confié mis secretos, mis penas y, sobre todo, mis más profundos
anhelos. Él es el único que realmente conoce a la verdadera Dana, que se
esconde detrás de una fachada de una muchacha callada, estudiosa y responsable.
-¿Y quién se esconde detrás de la
máscara?- me preguntó, interrumpiéndome por primera vez.
-Una soñadora- le respondí, sin
siquiera detenerme a considerar que le estaba mostrando mi alma a un
desconocido-. Alguien que todavía cree que el mundo se puede cambiar, que aún
hay mucho por hacer.
-Pues, creo que somos dos,
querida. Tengo 60 años y aún no he perdido la esperanza.
La regalé la sonrisa más sincera
y brillante que había esbozado en años. Aquellas eran las primeras palabras de
aliento y empatía que había escuchado en mucho tiempo y actuaron como un
bálsamo para mis heridas.
-Me haces acordar a Frank- le
dije, aún sonriente-. Él nunca pierde la fe, siempre le encuentra el lado bueno
a las desgracias.
-Es eso o volverse loco, ¿no lo
crees?- me contestó, levantando los hombros.
La moza llegó con nuestro pedido
y por un rato largo, el silencio reinó entre nosotros. Cuando terminamos, sentí
que la curiosidad me embargaba y rebusqué en mi cabeza la forma de seguir la
conversación.
Albano, casi como si pudiera
leerme la mente, murmuró:
-Ahora me toca, ¿verdad?
Sonreí con timidez, avergonzada.
-Es lo justo. Tú me has contado
tu mayor secreto, sin siquiera conocerme- me aseguró-. Voy a contarte quién
soy, pero primero quiero que me acompañes a un lugar que creo que te gustará,
por lo que me has contado.
-Déjame adivinar… ¿una
biblioteca?
Ambos reímos, como si nos
conociéramos de toda la vida.
-Has acertado. Allí podrás
quedarte y sentirte cómoda, rodeada de libros.
Volví a sonreír. En ese rato que
habíamos pasado juntos había portado más sonrisas que en toda mi vida. Pagamos
la cuenta y luego salimos al frío exterior. Me enfundé la capucha y seguí a
aquel hombre, sin siquiera saber que mi vida estaba a punto de cambiar.
"-Pues, creo que somos dos, querida. Tengo 60 años y aún no he perdido la esperanza."
ResponderEliminarPues... Creo que seremos tres entonces .) O quizás cuatro... ¿Estás de acuerdo, Leo ,)?
Hola!! Que bonito blog tenes!! :) Y que bueno lo que escribís.. xD
ResponderEliminar¡Hola! ¿cómo estás?
ResponderEliminarAyysss que lindo cap. Me encanto, igual que los anteriores. Escribes muy bien (ya te lo he dicho, pero te lo repito).
Me gusta mucho la historia, y espero la continúes.
Y bueno yo soy igual que Frank, siempre le veo el lado positivo a las cosas, ¡siempre!, y comparto con Dana su opinión con respecto al mundo. Soy toda una soñadora, y espero llegar a cumplir sesenta años, y ser igual que ese señor.
Cuídate muchísimo, y adiós.
Hola! Me encanto este capítulo que escribiste, es muy hermosa la historia de Dana(en parte me senti identificada) y el blog está re lindo!!
ResponderEliminarAdios!!